“No era disciplina. Era miedo.”
Esa frase resumió algo que me costó años identificar.
Durante mucho tiempo creí que ciertas frases que me repetía a mí misma eran mi motor, mi fortaleza, mi «orden interno».
Pero un día descubrí que esos mandatos, que parecían ayudarme, en realidad me estaban frenando.
Y esto no solo me pasa a mí. Les pasa a muchas personas: ejecutivos, profesionales brillantes, madres entregadas, emprendedoras valientes…
Los impulsores de la personalidad son mensajes aprendidos en la infancia, programaciones inconscientes que guían nuestras decisiones, nuestras emociones y nuestras reacciones automáticas.
Parecen inofensivos. Pero marcan profundamente nuestro bienestar, nuestras relaciones, e incluso nuestros resultados profesionales.
Psicólogo y analista transaccional, los definó como mensajes internalizados durante la infancia y que actúan como «mini guiones vitales».
Aunque en su origen pudieran ser adaptativos (para obtener afecto o reconocimiento), en la vida adulta se convierten en exigencias internas que sabotean nuestro equilibrio y autenticidad.
Hoy quiero hablarte de 6 de ellos.
Puede que los reconozcas.
Puede que vivan en ti desde hace tiempo.
Y si es así, este artículo es una invitación a identificarlos, comprenderlos… y empezar a soltarlos.
“Las cosas se hacen bien o no se hacen.”
Las personas bajo este impulsor suelen tener dificultad para acabar proyectos, para tomar decisiones, suelen emplear mucho más tiempo del necesario en hacer las cosas, lo que les impide cumplir objetivos, y ser eficaces y eficientes.
Este impulsor te exige todo. Perfección. Excelencia. Control.
Pareciera que te empuja a dar lo mejor de ti. Pero en realidad:
Detrás de esta exigencia, muchas veces hay miedo. Miedo a fallar. A no ser suficiente. A decepcionar.
Y lo peor: el «sé perfecto» también se proyecta hacia afuera. Te vuelve crítico con los demás. Poco tolerante. Inflexible.
Date permiso: para hacer las cosas razonablemente bien.
Recuerda: lo perfecto paraliza. Lo suficiente libera.
“No seas egoísta. Ayuda. Cede. No armes lío.”
Las personas en las que domina este impulsor piden permiso para todo y esto les resta autoridad y respeto.
Este impulsor tiene un disfraz amable: el de la buena persona. Aunque por dentro puede ser una trampa silenciosa:
Es la razón por la que te sobrecargas, te frustras y acabas agotada… sin entender por qué.
Date permiso para priorizarte. Poner límites no es egoísmo. Es autocuidado.
“El esfuerzo es lo que cuenta. Aunque no logres nada, lo importante es que te hayas partido el alma.”
Quienes tienen este impulsor en un nivel alto son personas que viven para el hacer. Su sentimiento de valía y competencia se asienta sobre estar siempre haciendo algo, ocupados y activos.
Este mensaje está tan integrado que nos cuesta verlo como un impulsor.
Pero puede hacerte caer en:
Hacer por hacer, sin criterio.
Medir tu valor por tu nivel de cansancio.
Elegir caminos más duros solo para demostrar algo.
Y así, el resultado importa menos que el desgaste. Como si «sufrir» fuera un valor.
Date permiso: el esfuerzo con dirección construye.
El esfuerzo sin sentido desgasta. No siempre más duro es mejor.
“Rápido. Muévete.”
Las personas bajo este impulsor viven con el temor de no poder terminar las cosas a tiempo, por lo que se apresuran más, y normalmente cometen errores.
Este impulsor convierte tu vida en una contrarreloj.
Siempre llegas corriendo. Saltas de tarea en tarea. Respondes sin pensar. No te das pausas.
Y sólo te das cuenta cuando:
Te equivocas por ir demasiado rápido.
No disfrutas nada.
Pierdes claridad y sentido.
Date permiso para bajar el ritmo.
La prisa no es acción. Es ansiedad disfrazada de eficacia.
“No llores. Aguanta. No flaquees.”
Si tienes fuertemente arraigado este impulsor probablemente seas una persona acostumbrada a ocultar las emociones, sobre todo las que puedan significar debilidad, miedo, tristeza, ternura.
Este impulsor crea autosuficiencia… a un precio muy alto:
Aislamiento emocional.
Incapacidad para pedir ayuda.
Rigidez en las relaciones.
Las personas «fuertes» según este mensaje, se lo tragan todo. Aunque por dentro están al límite.
Date permiso: ser vulnerable no te debilita.
Te humaniza. Te conecta. Te libera.
“Mejor espera. Más vale prevenir. No te lances.”
Las personas con un nivel alto de este impulsor tienden a ser excesivamente cuidadosas y recelosas.
Este es el impulsor del miedo. De la duda eterna. De la parálisis disfrazada de precaución.
Y sus consecuencias:
Procrastinación crónica.
Desconfianza constante.
Oportunidades perdidas por exceso de «análisis».
Date permido: no se trata de actuar sin pensar.
Se trata de dejar de pensar sin actuar.
En mis sesiones y formaciones, abordamos estos impulsores desde un enfoque práctico y transformador.
Porque no basta con identificarlos: hay que desmontarlos y sustituirlos.
Recuerda: No se trata de cambiar quién eres, sino de volver a ti con más claridad, con más compasión y con más poder interno.
Muchos de estos mensajes te han servido.
Te han traído hasta aquí.
Lo eres hoy, para lo bueno y lo malo es gracias a estos impulsores.
Te han hecho fuerte, constante, resolutiva.
Solo que quizá ha llegado el momento de dejar de empujarte con miedo y empezar a sostenerte con verdad.
No necesitas convertirte en otra persona.
Solo necesitas volver a ti.
Y darte permiso para ser quien estás lista para ser.
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